Viet Nam… literalmente, “Pacífico Sur” (aunque es parte del hemisferio Norte y caótico hasta el agotamiento). País de 92 millones de habitantes, que limita con China, Laos y Camboya. País de los bocinazos, de los motociclistas con barbijo, del karaoke por todos lados, del Starbucks que convive con carteles comunistas y estatuas de Lenin… país donde la “s“ final de las palabras es impronunciable, transformando rice en “rai” y cheese en “chií”.
De Singapur volamos a Ho Chi Minh, nombre del primer presidente democrático en honor del cual se re-bautizó esta Saigón calurosa y desordenada, aunque la gente local sigue usando el nombre original. En medio de cualquier cuadra se abre un angosto pasaje largo que conduce a otros, y éstos a otros más, tramando un barrio laberíntico en miniatura dentro de cada manzana. A lo largo de este mapa secreto, donde perderse es inevitable, aparecen bicicletas, motos, vendedores ambulantes, hoteles (como el nuestro), peluquerías, videoclubs, quioscos y casas particulares siempre abiertas donde se condensan familias numerosas. Esas casas están tan abiertas que parece faltarles la cuarta pared, lo cual las convierte en un escenario interesante. Uno pasa caminando y—resistiendo la tentación de sacar fotos—se vuelve testigo de la intimidad pública y los quehaceres cotidianos de una familia en su living, comiendo, mirando televisión, cortándose las uñas… Recuerda un poco a las lavanderías chinas en Buenos Aires, donde suele verse a algún familiar de la encargada durmiendo en un rincón al lado de los lavarropas. Fabi dice que estar en una gran ciudad de Vietnam es como estar en un supermercado chino las 24 horas. Con el agregado de millones y millones de motos corriendo hacia uno.
Estuvimos un solo día en esta ex-capital-bastión-capitalista-estadounidense-que-fue-colonia-francesa-y-parte-del-imperio-chino-y-que-hasta-el-siglo-XVII-pertenecía-a-Camboya. No llegamos a ver nada de lo que inspiró tanto conflicto y, posteriormente, su buena dosis de arte: yo me quedé en cama, sufriendo el último coletazo de la gripe, y Fabi intentó no ser atropellado al caminar un par de cuadras fuera de nuestro estrecho laberinto. Deseosos de playa, compramos un pasaje abierto de buses que incluye cinco paradas de fecha libre a lo largo de la costa Este del país, sobre el Mar de China Meridional. El diseño del bus es muy loable y—si se dejan de lado las reminiscencias estéticas a los campos de concentración—hasta tiene su gracia. Como en un truco de magia, ofrece tres filas de asientos en dos niveles (especie de asientos-cucheta), además de una hilera al fondo que hace un efecto de cama matrimonial para cinco. Los dos pasillos que quedan son estrechísimos, pero los asientos son muy cómodos y vienen con frazada, y permiten viajar recostadas a alrededor de cincuenta personas. En mi caso, siempre pude eludir la fila del medio y elegir el lado de la ventana. Debo decir que, a excepción de los tramos nocturnos, no hay mejor manera de viajar: los trayectos de varias horas han cumplido mi sueño Real de ser transportada en un camastro a través de hermosos paisajes de monte selvático y llanura sembrada.
La primera parada fue Mui Ne (o Muiné; acá cada toponímico de dos sílabas puede escribirse como una o como dos palabras—de todos modos siempre es la transliteración aleatoria de dos caracteres). Concentrado a lo largo de una única y extensa avenida costera, este pueblo es la zona principal de práctica de kite surfing y una especie de Punta del Este vietnamita, tan playground de los rusos que todos los carteles y menúes están en su idioma. Los turistas se pasean vestidos a la moda balneario, mientras tipos que pasan día y noche recostados en sus motos ofrecen marihuana y puesteros de fruta intentan hacer su propia venta. Yo quedé prendada de un negocio donde se exhibía ropa del diseño de mis sueños—una cruza entre Dorina Vidoni y Andy South—y entré entusiasmadísima, sólo para salir huyendo porque todo salía mucho más de 100 dólares. Fuera de ese local que me rompió el corazón por un rato, la vida y el consumo en Vietnam son muy baratos. La playa de Mui Ne es una estrecha franja de arena y un mar movido y fresco. Disfrutamos especialmente de sentarnos a comer en un parador mirando, de día, decenas de surfistas bajo sus barriletes de colores, y, de noche, la luz de la luna llena sobre el agua de la gran bahía.
Un día tomamos un tour en jeep que tuvo sus altos y bajos. Primero nos depositaron en una bajadita a un arroyuelo superficial y rojizo, bajo un puente y circundado por basura, que casi me hizo gritarle al conductor mi famoso “WHATEX??”. Pero el conductor era mudo—o al menos se comportó como tal durante casi todo el tour, ofreciendo uno de los despliegues de cara de trasero más notables que he visto—y muchos otros turistas caminaban por el arroyuelo, así que… yo también caminé, esperando que el sacrificio valiera la pena. Al final del trayecto había un cañadón de tierra roja y blanca; era llamativo, pero yo podría haberme ahorrado la molestia. La siguiente parada del jeep fue de diez minutos, en lo alto de una aldea de pescadores; pintoresca, interesante de ver (sobre todo unos botes redondos que parecían cacerolas flotantes) y, lamentablemente, cargada de basura en las orillas. Después nos condujeron hasta la mejor parte del tour: enormes y preciosas dunas de arena blanca y de arena roja, donde me hubiese encantado acampar varios días, descontando los cuatriciclos.
La segunda parada del micro costero fue Nha Trang, una ciudad de la cual conocimos sólo unas seis cuadras: la del hotel, la de la feria peatonal, la del teatro de títeres acuáticos, y algunas de rambla-avenida donde ignoramos los pubs y las discos. La playa, a la vista de esa avenida casi imposible de cruzar, es, durante el día, más ancha y de mar más tranquilo que la de Mui Ne. A la tarde-noche se levanta viento y el agua verde jade se come una porción grande de arena. Nuevamente, uno de los disfrutes principales fue comer platos internacionales en un parador… Evidentemente, nos gusta comer. Y también leer en la arena. Y también jugar a hacer ejercicio en los artefactos instalados sobre la rambla al estilo Macri.
Antes de tomar el bus nocturno hacia la siguiente locación, fuimos a pasear varias horas por un templo que está justo fuera de la ciudad, cruzando un puente. El nombre es largo y complicado, pero la gente local lo llama Thap Ba, que es el nombre de esa zona. Esa visita de último momento nos encantó; fue como hacer un brevísimo retiro, ingresar en un espacio de repentina paz y aroma a sahumerio, donde descalzarse es lo esperado y serenarse es inevitable. Ahí, hombres y mujeres deben cubrirse por igual: casi todo menos la cabeza. El templo—en realidad una serie de recintos piramidales de ladrillo rojo enmarcados por bosque, sobre una colina—es herencia de los Cham, una comunidad que vino de India hace más de un milenio y que habitó partes de Vietnam hasta el final del Medioevo. Su fe incorporó elementos Hindúes y Budistas. Dentro de la pagoda principal se ve una estatua negra de una mujer elegantemente vestida, rodeada de accesorios dorados y de las ofrendas de los fieles (flores, frutas y… ¡cajas de galletitas!). Afuera, sobre la explanada, un grupo de mujeres tocaba un instrumento percusivo de madera y rezaba cantando. En torno a las cuatro pagodas que quedaron de las ocho originales, el bosquecito en relieve nos dio refugio por un divino rato. Pensando en el aroma de ese lugar, estoy cayendo en la cuenta de que los sahumerios Nag Champa que tanto me gustan, cuyo nombre proviene de la serpiente en sánscrito y de una planta que desconozco, tienen que ver con la comunidad Cham.
El bus nos dejó a la mañana siguiente en Hoi An, la parada urbana que más disfrutamos de este país. Lo precioso de Hoi An es la ciudad vieja, una grilla de calles, pasajes, puentes y un canal bordeados por casas antiguas, templos, museos, restaurants y negocios de ropa, cuadros, cerámica y otras artesanías. Estos lugares son el mayor atractivo durante el día, y el recorrido se ve aliviado por el hecho de que la ciudad vieja no permite el paso de vehículos, excepto por bicicletas y rikshaws a pedal (bicicletas donde un hombre pedalea mientras un turista va sentado delante). La arquitectura de los lugares es, como era de esperar, antigua y tradicional, e influida por las culturas china y japonesa. Me gustó conocer el interior de una de las casas de familias notables donde puede verse tres tipos de arcos cerca del techo: un arco redondeado que recuerda a un caparazón de tortuga, símbolo chino de suerte y larga vida; un arco algo más triangular con una pequeña columna uniendo su centro a una viga, representación vietnamita de un arco y flecha apuntando al cielo en referencia a constantes desarrollo y elevación; un conjunto japonés de tres vigas y cinco columnas, las vigas simbolizando el cielo, el ser humano y la tierra, y una columna por cada elemento de la naturaleza (madera, agua, fuego, metal y tierra). Sobre el canal de la ciudad vieja flotan barcos de madera de colores, y esas orillas ofrecen los mejores restaurants. De noche, lo más hermoso es pasear por esas calles, ahora iluminadas por miles de farolitos orientales de todos los colores y velas que algunos turistas compran para enviar flotando por el río… En su conjunto, un sitio muy especial. Fuera de eso, la ciudad de Hoi An es un pueblo grande y transitado donde se puede uno hospedar muy bien por poco dinero.
Tuvimos un reencuentro con el legado de la comunidad Cham cuando tomamos un tour de un día por Mý Son, antiguos templos emplazados en la selva, en ruinas no solamente por el efecto natural del paso del tiempo sino por los bombardeos norteamericanos—resulta que en este lugar anteriormente sagrado se ocultaba el Viet Cong. El histriónico y estridente guía nos habló sobre la guerra (“very sad… too many people die… y no olvidamos el pasado pero ahora somos amigos y colaboramos”) y sobre los templos, de culto Hinduista a las polaridades femenina y masculina (yoni-lingam). Las ofrendas que se hacían a la divinidad eran de leche de vaca y agua de su montaña bendita. Lo más impresionante es, como nos hizo notar el guía, que aún no se sabe cómo los Cham unieron los ladrillos de estas construcciones, porque parece no haber nada entre ellos, y el estado en que están esos ladrillos milenarios es radicalmente mejor que el que muestran los que utilizaron para las reconstrucciones en el siglo XX.
Nuestra anteúltima parada de bus fue Hue, ciudad imperial, donde empezamos a sentir el frío que hace en el Norte de este país en esta época. En Hue tomamos un tour con un guía que hablaba un inglés inentendible y que, para coronar la experiencia, resultó ser el ganador olímpico del trofeo cara-de-trasero. No puedo arrojar ninguna perlita de conocimiento acerca de esta ciudad porque no entendimos nada de lo que se nos estaba explicando, pero nos gustó visitar la ciudadela del siglo XVIII o XIX—estos emperadores chinos la pasaban bien aquí, incluso ya fallecidos: la tumba de uno de ellos resultó ser un predio boscoso, con un lago verde bucólico, vacas y templos. Esa noche comimos en una zona que es el Las Cañitas de Hue, y jugamos unos partiditos de pool bien merecidos.
Tras otra noche de viaje llegamos a la parada terminal del micro: Hanoi, capital actual de la República Socialista de Vietnam, donde siglos de tránsito invasivo por parte de chinos, franceses y norteamericanos dejaron como herencia—además de Starbucks, vietnamitas francoparlantes, pagodas varias y la costumbre de usar medias de nylon con ojotas—un caos totalmente normalizado de tránsito vehicular. Fabi fue alcanzado por una moto esa misma mañana; afortunadamente fue un choque leve que lo derribó sin dejar heridas. Visitamos poco: el templo de la literatura (en honor a Confucio), la zona del mausoleo de Ho Chi Minh y el museo militar (feo ver exhibidos todos esos aviones y helicópteros), y el lago Hoan Kiem, alrededor del cual se ve todas las noches clases de aerobics y de salsa. Recorrimos también un barrio que es como una pequeña París, lo cual en este contexto parece de lo más desubicado. Hay una esquina en particular donde, justo frente a Dior, se paran todas las parejas de recién casados para fotografiarse. Es realmente gracioso y curioso ver tantos vestidos de novia juntos… cada noche, esa calle parece una fiesta de disfraces. A propósito del asunto ‘casamiento’, un mozo nos contó que en Vietnam una pareja que convive sin casarse no solamente está mal vista sino que puede tener problemas con el gobierno. Qué clase de problemas exactamente, no lo sé.
Tras un par de días acá quedamos agotados por el esfuerzo que requiere cruzar la calle y caminar por las veredas bloqueadas por estacionamientos de motos, peluquerías a la intemperie que dejan mechones de pelo por todos lados, gente asando animales extraños en parrillitas portátiles y otra gente tomando algo sobre banquitos y mesitas ínfimos, de plástico, como los que usan los chicos para jugar a la comidita. Pero quizás el mayor desafío fue el sentirnos asqueados por la feroz insistencia de millones de vendedores acechantes que te tocan y te depositan su mercadería encima sin consultar… igual que en el resto del país, pero a la enésima potencia. Hubo, incluso, un caso documentado de una mujer de esas que cargan un palo al hombro del cual cuelgan dos canastos con quién sabe qué, que depositó todo este cargamento sobre el hombro de mi irritado Fabián mientras le gritaba “photo! photo! you take photo and pay me!”.
Este asedio general despertó, además de exasperación, varios momentos de reflexión tras los cuales concluimos que—aunque del dicho al hecho puede haber un largo trecho—es mucho más conveniente reírse que enojarse. Esto requiere de una revisión personal acerca de la relación que uno mismo anda teniendo con sus límites y filtros e invasiones… De todas maneras, no puedo evitar sentir bronca, pena y decepción al ver cómo esta gente desperdicia la posibilidad de un contacto sustancioso porque lo único que ve cuando se enfrenta a una persona blanca es una fuente de dinero. Qué pasó con el comunismo de estas latitudes, no lo sé… Lo más desesperante es ver cómo el personal de los hoteles o de las agencias se acerca, zalamero y sonriente, a ofrecer su ayuda, para ponerse súbita y automáticamente serio y arisco cuando uno no contrata sus tours. Da ganas de partirles una caña de bambú en la cabeza y gritarles “hipócritas” en todos los idiomas. Me sentí especialmente desconcertada y furiosa cuando, en Hoi An, mientras intentábamos ubicarnos en un mapa, una mujer se acercó muy amigablemente ofreciendo su ayuda y luego procedió a seguirnos por la calle diciendo que vendía ropa y que esperaría a que saliéramos del café al que íbamos para llevarnos a su negocio (¡!).
Afortunadamente, para culminar las dos semanas en Vietnam, pasamos los últimos dos días tomando un tour por la hermosa bahía de Ha Long, a bordo de un barquito con todas las comodidades: camarote con cama king size, abundantes y variadas comidas, tranquila cubierta donde tomar sol y ver la vista impresionante, y un grupo de gente muy agradable. Rompimos la racha de no socialización y el mito de que su causa era que tenemos mala onda o tenemos activado el modo ‘inaccesbile’… Es cierto que la gente suele entablar conversaciones con viajeros solitarios o con grupos más que con parejas, por temor a interrumpir la intimidad, pero ya nos sentíamos un poco leprosos. Estos días fue muy refrescante compartir impresiones y datos de viaje con simpáticos suizos, españoles y holandeses. La bahía, por su parte, fue uno de los paisajes más lindos que vimos en nuestras vidas: peñascos y montes de piedra en miles de capas, recubierta por vegetación exuberante y monos, sobre kilómetros de agua verde esmeralda casi quieta. Visitamos, dentro de uno de los montes, una cueva gigantesca, y después el barco ancló en una pequeña sub-bahía donde hicimos kayak, fascinados por el silencio, las actividades de los monos, y la grandiosidad general. No tengo palabras para describir ese momento, ni tampoco el sentimiento de pararme sola en el borde del barco en la oscuridad de la noche para hablar con las estrellas y agradecer esa quietud, ese silencio, esa naturaleza que me pertenece y a la cual amo pertenecer.
Sé que esta crónica salió más ‘estándar’ de lo habitual. La verdad es que, en estos momentos, la procesión va por dentro. Por debajo de todas estas aventuras, experimenté aprendizajes y vivencias profundas que sigo macerando y que prefiero volcar en otros textos más específicos a eso. Stay tuned. Sigamos recorriendo juntos. En un ratito volamos a Camboya, a refugiarnos en el calor y la naturaleza…
Hanoi, Vietnam, Enero de 2015
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